martes, 13 de abril de 2010

LAS BOTONETAS BLANCAS

   

    El cuarto estaba casi oscuro, iluminado solamente por la tenue luz de la veladora. Hacía ratos que yo notaba a mi mamá un tanto enferma. Que tosía a cada rato, y su cara ya no tenía esa luz que irradiaba cuando la conocí por primera vez. Es como si un monstruo se alimentara de su alegría; y ese monstruo debería de estar muy bien alimentado y grande porque ha de comer mucho.

          En ese instante llegaron a mí varias escenas del pasado. Recuerdo que un día llegaron mis hermanos casi llorando, contándole a mi abuelita y a mi mamá que en la escuela, les habían pedido que llevaran zapatos más bonitos, porque los que tenían estaban ya para el tigre. No entiendo muy bien esa frase “para el tigre”, ¿Acaso el tigre se come todo lo que el ser humano considera feo y gastado? En ese caso, el tigre se debería de alimentar de todas nuestras cosas. En fin, ese día mi mamá estuvo llorando casi toda la noche y mi abuelita intentaba consolarla. Recuerdo que al día siguiente fueron a la iglesia, a una oficina donde dicen que regalan cosas o algo así. Ha de ser cierto, pues casi siempre que mi mamá lleva algo de comer a la casa dice que se lo dieron en esa oficina.
Las personas que trabajan en esa oficina han de ser muy buenas, porque ese día mi mamá regresó con un par de zapatos nuevos para mi hermana y con un pedazo de papel azul que dijeron que alcanzaba para comprarle un par de zapatos a mi hermano. Esos papeles de colores al parecer son un problema en mi casa. Es tan difícil que las personas los traigan, y casi siempre son verdes o morados. Yo haría de esos papeles, si me dejaran usar las tijeras y me regalaran una prensa. No se por qué se afanan tanto en tener esos papeles, si tan fácil que es cortar pedazos de papel.

          Otro día mi abuelita estaba más triste de lo normal. Al parecer faltaban esas botonetas blancas que mi mamá se come todos los días. Nunca entendí por que ella comía de esas botonetas y no de las que comemos mis hermanos y yo. Al parecer son diferentes. Yo no le veo la diferencia, solo que son blancas y están en un bote y no en una bolsita negra. ¡Tan ricas las botonetas!

Ese día, noté a mi mamá diferente. Se notaba que estaba triste, muy triste, pero demostraba lo contrario. Se portaba muy feliz y muy buena con nosotros tres, aunque al finalizar el día, escuché que estaba llorando muy calladito. No me gusta que mi mama llore, me pone un poco triste a mí también. Si es por que ella ya no tiene botonetas, la próxima vez que mis hermanos o mi abuelita me regalen, guardaré unas pocas para ella.

          Recuerdo también, que un día mencionaron a papá. No lo conozco. Nunca lo he visto. Casi nunca hablan de él por acá, y cuando se menciona, casi siempre están gritando entre todos acá en la casa. Una vez mi abuelita me mencionó un poco sobre mi papá, pero yo no le entendí casi nada, pero mi mamá entro eufóricamente al cuarto y se alegaron un poco, pero después estaban tranquilas.

          Las botonetas blancas siempre han sido un problema en esta casa. No por que mi mamá no las comparta, porque ni a mis hermanos ni a mi abuelita parecen gustarles, sólo mi mamá se las come, si no por que a veces cuando mi mamá se las quiere comer, no hay. Cuando no están, mi abuelita y me hermano mayor se ponen tristes y nerviosos. No se por qué será, si hay veces que no hay botonetas blancas y a mi me regalan de las que a mi me gustan. Se me es difícil compreder todo ese mundo de las botonetas blancas dentro de sus frascos redondos de plástico.

          De repente, las láminas comenzaron como a quejarse por el golpe de las gotas de agua que caían del cielo. Mi abuelita siempre dice que la lluvia es un regalo de Dios; a mí no me gusta, porque se moja adentro de la casa y se vuelve un lodazal y después le toca a mi mamá y a mis hermanos limpiar todo el desorden que se forma, además hay lugares en la lámina donde cae agua. La lluvia arreció, y con ello los lamentos de la lámina que me llegaron a lastimar mis oídos. Después entró mi abuelita. Estaba como ida. Su mirada, apenas se podía distinguir por las lágrimas que brotaban de sus ojos. Cuando entró al cuarto, se tiró a llorar en el colchón donde usualmente duerme mi mamá. Me gusta que mi mamá duerma junto a mí. Luego mis hermanos llegaron también llorando. Estaban muy tristes y desconsolados. Los tres se quedaron juntos en la cama.
         
          Al otro día amaneció, y todos con sus caras tristes y los ojos inchados. Me imagino que de tanto llorar. Todos actuaban muy extraño, y hubo gente que llegó a visitar. Gente que jamás había conocido yo en mi vida.
          En el cuarto se escuchaban voces distintas a las de mi familia, y yo, podía ver las caras de todos ellos. Se miraban también un poco tristes, no tanto como mis hermanos y mi abuelita. Luego me di cuenta de que las botonetas estaban allí, o almenos el bote blanco, y que mi mamá no se había comido la botoneta que siempre se come en las mañanas. De repente mi abuela y mis hermanos comenzaron a gritar y a llorar. Se empujaron con los señores que habían llegado. Por cierto que muy bien vestidos y la mujer tenía un aroma muy delicioso.

          Mientas el señor se peleaba con mis hermanos y mi abuelita, la señorita muy gentil y amablemente llego a mi colchón. Ese colchón que esta rodeado por unas barras que no me dejan salir. Ella me cargó y me trajo acá.

          Ya van horas sin ver a mis hermanos y muchas menos sin ver a mi mamá. Acá no conozco a nadie, aunque el lugar es más bonito y hay muchos niños y niñas. La verdad comienzo a extrañar mucho a mi mamá. La extraño. 

Espero que venga, pues por lo que veo, aca muchas personas comen esas botonetas blancas...


 J.S.
Abril de 2010